El niño que recibe educación emocional está más preparado para afrontar la vida y crecer integralmente como persona. La inteligencia emocional favorece la capacidad de tomar conciencia de las emociones propias y ajenas, y de gestionar dichas emociones para dirigir los propios pensamientos y acciones.
La evidencia empírica apunta hacia los efectos positivos de la inteligencia emocional en diversos aspectos de nuestras vidas: menores niveles d estrés, reducción de conflictos y de comportamientos de riesgo, mayor resiliencia, más capacidad pasa saber encajar la frustración, mayor rendimientos académicos, y, en último término, una mejora del bienestar emocional.
Y cuanto antes mejor, esto es, numerosos estudios científicos manifiestan la importancia de la prontitud con que las personas deberían empezar a adquirir estas competencias. Trabajar emocionalmente en una fase temprana de la infancia (incluso desde el embarazo) da lugar a grandes diferencias en su salud y bienestar
a largo plazo.